El rodaje de 'Los abrazos rotos'
Bajo el volcán Almodóvar
El cineasta convierte Lanzarote en el paisaje dramático de su nueva película
ELSA FERNÁNDEZ-SANTOS - Lanzarote - 08/06/2008
La tierra volcánica tiene extraños poderes. Muchos son estéticos, otros no. Pedro Almodóvar no suele ser un cineasta de espacios abiertos, pero ha llegado a la isla de Lanzarote atraído por el magma negro y rojizo de su paisaje. Un decorado natural "muy dramático", dice. "Esta tierra te lleva a la introspección, a mirarte a ti mismo y descubrir cosas". Almodóvar, siempre parlanchín y a veces insomne, habla menos y duerme más. "Desde que llegamos a la isla está así", explica su script, Yuyi Beringola. "Pedro es feliz rodando".
Cada día, 26 coches, 11 camiones y 3 caravanas cruzan la isla con el equipo
Almodóvar: "Me hubiera gustado tener hijos. Ya no, hace 10 años"
Portillo: "Es un inconformista y a mí eso me alienta y me pone"
"Un guión es algo vivo que no se acaba nunca", dice el cineasta
El rodaje de Los abrazos rotos, su película número 17, arrancó el 26 de mayo en la isla canaria. El más largo (14 semanas) y el más caro (11 millones y medio de euros) para una historia de amor fou "a cuatro bandas". Cada día, 26 coches, 11 camiones y 3 caravanas cruzan la isla con el equipo de la película. Casi un centenar de personas que van dibujando un mapa de secuencias que continuará la próxima semana en Madrid. Blanca Portillo, Penélope Cruz y Lluís Homar han rodado en la isla. En la meseta les esperan, entre otros, José Luis Gómez.
Hoy Almodóvar se ha ido a dormir con el guión cambiado. No contaba con las escaleras de La Torrecilla, una casa encaramada en lo alto de la localidad de Haría, en las faldas del volcán de La Corona. Allí se ruedan las tres escenas del hospital. Lluís Homar interpreta a un escritor y cineasta que ha perdido la vista en un accidente y, acompañado por su amiga y directora de producción Judit García (Blanca Portillo), da sus primeros pasos de ciego. Judit, una madre soltera demasiado curtida por la vida, le sostiene. Pero las empinadas escaleras estaban ahí y nadie reparó en ellas. El director podría saltarlas con una elipsis pero ha decidido integrarlas en la historia. Antes de dormir reescribe la escena. Un nuevo diálogo para Blanca Portillo y un juego de pies temblorosos para Homar, "que salta al vacío". La escalera cobra un protagonismo dramático inesperado y el director entra en ebullición. Sólo por el juego de gorros y sombreros que elige para cubrir su cabeza mientras rueda se puede detectar el estado de su ánimo. En apenas unas horas ha pasado de un gorro de lana gris (que se ha quitado para ponérselo al personaje de Homar) a un sombrero de fieltro y varios turbantes, uno de ellos, rojo. "Un guión es algo vivo que no se acaba nunca y un rodaje es una aventura llena de situaciones que podemos integrar en la historia", explica el director. "Tenemos que estar abiertos a los accidentes que nos enriquecen".
La capacidad de contagio de Almodóvar llega al director de fotografía mexicano Rodrigo Prieto, un hombre tímido y discreto que se entusiasma con la luz del cielo nublado, el viento brutal y la negrura -y ternura- de la escena. "Yo soy el primer espectador de lo que Pedro hace, y, en gran medida, el único", dice Prieto, que ha trabajado con Alejandro González Iñárritu en la trilogía Amores perros, 21 gramos y Babel y con Ang Lee en Brokeback mountain y Deseo, peligro. "Es muy impresionante comprobar la percepción del detalle que tiene con los actores, cómo consigue sacarles tantas emociones". "Cuando Pedro me llamó me sorprendió mucho, yo no veía en mi pasado nada almodovariano. Pero él piensa que como soy mexicano no tendré pudor en el manejo del color". Pero a Almodóvar, además, le interesaba otra cosa: el trabajo de Prieto con el negro y la oscuridad en un filme olvidable, 8 millas. "Trabajar con Pedro supone un gran desafío técnico y artístico para mí. Hemos investigado soluciones muy nuevas para algunas escenas, a lo largo del rodaje utilizaremos cuatro tipos distintos de cámara y dos tipos de película. Aquí, en la isla, los negros serán muy oscuros y los rojos muy intensos, para luego perder esa viveza extraordinaria del principio". La minuciosidad del cineasta español sólo es para Prieto parte de su genio. "Los grandes directores son así".
"Es un inconformista. Y a mí eso, como actriz, me alienta y me pone. Me gusta saber cuáles son mis límites", dice Blanca Portillo. "Pedro y yo nos entendemos con una sola mirada, pero pese a eso él no baja nunca la guardia y yo tampoco", explica Penélope Cruz. "Es uno de mis mejores amigos y una de las personas en las que más confío, pero a la vez es el director que más me intimida y que más me impone en el set. El que más miedo me puede dar. Eso me gusta y no quiero perderlo. Él se lo toma muy en serio y yo también". "Hay algo muy artesanal en su trabajo con los actores", afirma Lluís Homar al preguntarle por la costumbre del cineasta de permanecer pegado a sus intérpretes mientras rueda. "Se fía más de lo que él percibe que de la imagen del monitor. Luego lo confirma y ya está. La capacidad de disección a la que llega es muy profunda y por eso necesita estar muy cerca".
"Nada me motiva más que el trabajo con los actores, nada me da más placer", continúa el cineasta. "Siempre que puedo estoy cerca de ellos. Yo me impregno de todo y ellos lo agradecen. El director que se cree que por tener a un gran actor delante tiene que dejarlo solo se equivoca. Son los grandes actores los que más dirección necesitan, porque es a ellos a los que más les puedes sacar".
Almodóvar vuelve a improvisar. Esta vez, un pequeño diálogo en el que Blanca Portillo le describe a Lluís Homar el paisaje que hay detrás de su ventana del hospital y que él ya no puede ver. "Te he traído rosas, ¿las hueles? Les da el sol que entra por la ventana y están preciosas. También hay una ventana en forma de arco, desde ella se ve la ladera de una montaña. Es un paisaje árido, pero muy hermoso. Justo detrás del hospital hay un volcán, con un cráter enorme".
La actriz no necesita ni un segundo para algo que no se puede reducir a un mero ejercicio de memoria. Lo vive, y el escalofrío recorre a todo el equipo. "Su facilidad es pasmosa", comenta Lluís Homar, "es eso que llaman un monstruo de la interpretación. Verla a ella y a Penélope, cómo se deja llevar por Pedro y cómo él la esculpe, es para mí algo muy hermoso".
"No sé qué quedará de todo esto después del montaje. El ritmo es importante. Pero para mí la aventura es descubrir estas cosas, y no tiene nada que ver con hallazgos literarios o narrativos. Es el ejercicio de la ficción, que para mí es una adicción. Es como una aventura física en la selva o como cuando un detective encaja las piezas y descubre algo en lo que jamás había reparado".
En Los abrazos rotos, el director toca muchas de sus obsesiones: la culpabilidad, la familia, la relación del artista con su obra, su amor por el thriller y el melodrama "y otras cosas que van surgiendo y que todavía no puedo verbalizar. Ahora mismo estoy en el tuétano, no tengo suficiente distancia". Por un momento se detiene en uno de estos temas: "La nostalgia de la familia". "Me hubiera gustado tener hijos. Ahora ya no, hace 10 años. Formar una familia. Tres seres que se quieren y se apoyan por encima de cualquier interés. Yo tengo una familia, en la que nací, y les adoro. Pero es la nostalgia de la familia que pude haber construido. Yo tenía una necesidad biológica de tener hijos. Por eso me emocionan tanto esas mujeres, como el personaje de Judit, con tanta determinación para lo bueno y para lo malo".
La energía de Almodóvar determina la de su equipo. Él lo sabe y ellos también. Cada día, el orden de rodaje está encabezado por una frase que propone el equipo de dirección. Como hace meses Almodóvar les dijo que con Los abrazos rotos les esperaban tifones como los que Coppola había sufrido en Apocalypse Now, ellos han elegido una frase del coronel Kurtz. "Juzgar es lo que nos derrota", dice el célebre personaje que interpreta Marlon Brando. Para el día siguiente, el director propone una nueva: "La ficción representa la realidad, no la imita". El primer ayudante se gira y le pregunta: "¿Y a quién se la firmo?". Almodóvar sonríe y dice: "No sé, a Confucio o, mejor, a William Shakespeare".
No hay comentarios.:
Publicar un comentario