lunes, 30 de agosto de 2010

pintar sembrando....


Esto parece una imagen normal de japoneses en una la plantación de arroz normal.
Pero a medida que se desplaza hacia abajo, emerge un cuadro como el arroz crece.
Hacia la parte inferior, las imágenes están subtituladas con una explicación de este arte único.

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Es impresionante el arte de los cultivos que ha surgido a través de los campos de arroz en Japón, pero esto no es una creación extraterrestre. Los diseños han sido hábilmente sembrados.
Para la creación de las imágenes, los agricultores no usan tinta.
En cambio, utilizan las plantas de arroz de color diferentes, que han sido estratégicamente dispuestas y cultivadas en los campos de arroz.
Cuando avanza el verano y las plantas crecen, las ilustraciones detalladas comienza a emerger.


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Un guerrero Sengoku a caballo ha sido creado a partir de cientos de miles de plantas de arroz.
Los colores son creados por el uso de variedades diferentes. Esta foto fue tomada en Inakadate, Japón.


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Napoleón a caballo puede ser visto desde el cielo, ha sido plantado con precisión y planeado durante meses por los granjeros de esta localidad.

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Un personaje de ficción, el guerrero y su mujer, cuyas vidas forman parte de series de televisión.

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Este año, varias obras de arte han aparecido en el arroz de otras zonas agrícolas de Japón, como la imagen de Doraemon y los ciervos bailarines.
Los agricultores crean los murales de la siembra utilizando el arroz un poco morado y amarillo Kodaimai junto con sus hojas verde del local Tsugaru-hojas, una variedad romana, para crear los patrones de color en el tiempo entre la siembra y la cosecha en septiembre.

Los murales en Inakadate cubren 15.000 metros cuadrados de campos de arroz.


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Desde el nivel del suelo, los diseños son invisibles, y los espectadores tienen que subir a la torre del castillo de la aldea para obtener una visión de la obra.

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Acercando la imagen, la colocación cuidadosa de los miles de plantas de arroz en los arrozales pueden ser vistos.
Este arte se inició en 1993 como un proyecto de revitalización local, una idea que surgió de las reuniones de los comités de aldea.
Las diferentes variedades de plantas de arroz crecen junto a las otras para crear obras maestras.
En los primeros nueve años, los trabajadores de las aldeas y agricultores locales ampliaron un diseño simple del Monte Iwaki cada año. Pero sus ideas se fueron haciendo más complicados y atrajo más la atención.
En 2005, los acuerdos entre los propietarios de tierras permitió la creación de enormes espacios de arte con plantas de arroz. Un año más tarde, los organizadores empezaron a utilizar computadoras para diseñar con precisión cada parcela de plantación de las cuatro variedades de arroz de diferentes colores que llevan las imágenes de la vida.


martes, 24 de agosto de 2010

Tirar la foto, esconder la mano por PATRICIA TUBELLA


Esta fotografía es de un fotógrafo francés llamado Henri Cartier-Bresson, (1908 – 2004) el que se caracterizo por sus fotorreportajes y por su idea de lograr capturar, lo que él llamaba, “el instante decisivo”.

El Nueva York de los años veinte, en la lente de Walker Evans.-

Greta Garbo, cazada a traición a la entrada de un club parisiense en los años cincuenta.- G. DUDOGNON

De los pioneros de la imagen a Facebook, una reflexión sobre los orígenes de la sociedad del voyeurismo se convierte en éxito del verano expositivo en Londres

PATRICIA TUBELLA - Londres - 24/08/2010

Probablemente Edgar Degas no fuera el primer famoso retratado de forma furtiva y morbosa. Pero una imagen del artista a la salida de un pissoir o aseo público -capturada en su tiempo por el italiano Giuseppe Primoli, quizá el primer paparazzo de la historia- nos ilustra que las instantáneas de las celebrities en situaciones más o menos embarazosas ya eran un objetivo codiciado a mediados del siglo XIX. Aunque la pasión por la mirada indiscreta se remonta a tiempos inmemoriales, la noción de una sociedad de voyeurs en la que todos observamos a la vez que somos observados es inseparable de la invención de la fotografía y sobre todo de la producción masiva de cámaras, cómodas en el manejo y accesibles a un amplio espectro de usuarios.

Cartier-Bresson construyó bellísimas imágenes robadas a la intimidad

Se puede culpar a las modernas tecnologías de alentar esa afición insana por las vidas de los otros, que hoy domina la cultura de masas, pero la vocación aparece innata a la condición humana y solo hacía falta hallar los medios adecuados para suplirla. Esa idea puede resumir el espíritu de una exposición desplegada en la Tate Modern (hasta el 3 de octubre) que examina el papel de la fotografía a la hora de saciar nuestros apetitos voyeurísticos y se ha convertido en uno de los éxitos expositivos del verano londinense. Expuestos: Voyeurismo, Vigilancia y la Cámara propone un recorrido a través de 250 trabajos, ejecutados por algunos de los mejores fotógrafos de la historia, pero también por aficionados, que exploran imágenes icónicas, cuestiones tabúes relacionadas con el sexo o la violencia y el culto moderno al famoseo.

Si la era de los teléfonos móviles dotados de objetivos fotográficos provee hoy a cualquiera de la capacidad de invadir intimidades ajenas, los cotillas y curiosos de hace siglo y medio se las componían con una gama de ingeniosas cámaras ocultas en bastones, en el forro del abrigo o incluso en el tacón de los zapatos para espiar las actividades de sus contemporáneos. Se exponen por ejmplo las imágenes tomadas en 1930 por Walker Evans para retratar la geografía humana del tren subterráneo de Nueva York sin conocimiento de sus sujetos. Cuando setenta años después Philip-Lorca diCorcia repetía la experiencia en las calles de la misma ciudad, tuvo que afrontar una denuncia en los tribunales. El querellante perdió, porque el juez acabó reconociendo el derecho a la libre expresión artística por encima del derecho del fotografiado a la propia imagen.

El caso ahonda en un debate todavía no resuelto y que se remonta a, por ejemplo, el París de los años 50, cuando el guardaespaldas de Greta Garbo, quizá la más huidiza de las estrellas hollywoodenses, intenta sin éxito cubrir el objetivo de una cámara mientras La Divina accede a un club de St Germain. Por aquel entonces, el autor de la fotografía todavía no era catalogado como un paparazzo, término sólo acuñado a partir de la película de Fellini La Dolce Vita, estrenada en 1960.

El arte de fotografiar sin ser visto ofrece una dilatada vertiente de denuncia social. La lente de Lewis Hine documentó la explotación infantil en minas y fábricas; y la de Jacob Riis denunció las penosas condiciones de vida de los emigrantes en los Estados Unidos de finales del siglo XIX.

Junto a esos exponentes, la exposición reserva también su espacio a recrearse en imágenes románticas, eróticas o directamente pornográficas que puntean con profusión la singladura de la fotografía. Henri Cartier-Bresson, Brassaï o Weegee construyeron magníficas imágenes a base de robar momentos íntimos de sus sujetos en lugares públicos. "Para fotografiar a los voyeurs necesitaba convertirme en uno de ellos", sentenció el japonés Kohei Yoshiyuki sobre su célebre serie de imágenes que en 1979 descubría una desconocida faceta nocturna de los parques de Tokio: las parejas retozan a placer mientras un nutrido grupo de mirones se arrastra por el suelo para contemplar el espectáculo en primera fila.

La obsesión por registrar imágenes furtivas precede a la era de los móviles. Quizá sea la vocación de los sujetos por exponerse ellos mismos la que defina los nuevos tiempos de YouTube, Facebook o la telerrealidad de Gran Hermano. Remata la muestra una película extraída de las imágenes de una cámara de circuito cerrado de televisión (CCTV), esa tecnología omnipresente en los espacios públicos. También, en el propio museo. Una sugerencia de que los sistemas de vigilancia nos están privando de la intimidad y el anonimato, aunque la cuestión que queda en el aire es hasta qué punto llega eso a importarle al exhibicionista hombre contemporáneo.


jueves, 19 de agosto de 2010

El fotógrafo Raúl Cancio resume su carrera en 'Simplemente... periodismo'




Retrato de perfil, mirada de frente

TEREIXA CONSTENLA - Madrid - 19/08/2010

Entre la primera portada que firmó en un diario y la última median decenas de miles de disparos, más de 45 años y algunas lecciones. La primera: retratos frontales siempre. Cuando Raúl Cancio (Madrid, 1943) entró en el diario Pueblo tenía 20 años y osadía. Le encargaron un retrato en el café Gijón. Lo hizo de perfil. "Se publicó pero mis jefes me regañaron mucho porque un retrato tiene que ser de frente". ¿Y ahora, retirado del día a día, qué piensa? "Salvo excepciones, estoy de acuerdo".

En Simplemente... periodismo, editado por la Asociación de la Prensa de Madrid, le da la razón a aquellos jefes. No hay más que ver el de la escritora Doris Lessing, limpio, sencillo. "La retrató con un clic, como yo no supe hacerlo usando no sé cuántas palabras", escribe Maruja Torres, compañera en aquella entrevista. Algo similar dirá Juan Cruz a propósito del retrato, elegante y melancólico, de la filósofa María Zambrano, boquilla en mano, a su regreso del exilio: "Vale más que las 1.510 palabras de que constó mi entrevista".

Raúl Cancio recibió a Salvador Dalí en cuclillas en el hotel Palace de Madrid para enmarcar los rasgos que hicieron Dalí a Dalí: bigote y mirada. Los retratos, de frente. Y de cuando en cuando alegorías como las piernas neoclásicas de Perico Delgado, en perfecto equilibrio sobre los pedales, a punto de despedirse del ciclismo. O el portero Iribar saltando sin balón y con el rostro desenfocado sobre un fondo de 3.500 aficionados con gesto de asombro nítidamente enfocado. Cancio ve donde otros miran (y en deportes, más). "Todo el mundo sabe mirar fotografías, pero solo unos pocos ven fotografías", sostiene.

Durante cuatro décadas, Raúl Cancio sobrellevó el estrés de decidir la foto de las primeras páginas de EL PAÍS y, antes, de Pueblo. 64 de las firmadas por él figuran en este libro. "Es difícil hacer una buena foto de prensa, disparas y sabes que nunca volverá a pasar ese momento por el objetivo de la cámara, que es irrepetible".

Irrepetible fue el desplome de Marion Jones en la calle tres en el Mundial de Atletismo de 1999: el mito tocaba tierra y, en breve, tocaría fondo. Irrepetible fue el viaje de Cancio a las celdas de Carabanchel cuando los motines y asesinatos eran moneda corriente. Y también irrepetible resultó la expulsión de Nigeria en pleno conflicto en 1969. "Si volviera a nacer", avisa, "llamaría a la misma puerta".