Los seres humanos que son libres viajan en sueños a otros mundos. Viven esas noches en otras casas. Ven llegar los amaneceres desde terrazas y ventanales que no tienen cristales ni cimientos. Se enamoran (encuentran o reencuentran el amor verdadero) y sus hijos crecen todavía sin besos reales. Las fronteras de sus fantasías las traza la capacidad, la ambición, la fuerza que debe dar el deseo de vivir.
Bajo las dictaduras hay otra manera de cerrar los ojos. Algunos sueños se acaban en un vaso de agua fría. En una puerta abierta, en un poco de aire, en una mesa limpia, en un trozo de pan. En una carta sin final, escrita a lápiz con una letra mala, arrodillada, que uno no puede comprender. Una hoja firmada en el borde con un nombre vacío.
Otros son pesadillas y tragedias marinas. Y aún sobra tiempo para pernoctar en ciudades desconocidas. Unos sitios que se desvanecen (vuelan iglesias, parques, escuelas y teatros) en la medida que el soñador avanza bajo las luces graves.
Es que las personas normales necesitan materia para elevarse. La gente sencilla, sin el privilegio de la imaginación de los grandes creadores, requiere sustento para viajar a mundos que no han visto ni en fotografías. A realidades que les contó un loco, un viejo o un viajero. A escenas que vieron en un recorte de prensa o un anuncio pasado por debajo de la capa y de la espada del control de los amos.
Los hombres libres sueñan con toda la libertad porque conocen sus caminos y esa experiencia les permite dulcificarlos y recorrerlos en el reposo. Quienes nunca la han conocido no la pueden comprender en sueños. Tienen que esperar la vigilia para inventar un estado de ánimo. Unos momentos de concentración, despiertos y tensos, para crear ilusiones puras sin definiciones ni precisión.
Yo sé que la escritora Wislawa Szymborska cuando sueña pinta como Vermeer van Delft. En su cama ella puede respirar bajo el agua, tener encuentros con pingüinos y se permite el lujo de hablar el griego con fluidez.
Eso se debe a su talento, a su delirio. A que es libre en la noche de Cracovia a donde tuvieron que llamarla, en 1996, para comunicarle que había ganado el Premio Nobel de Literatura.
A mí me gusta recordar a otro ser libre, Jorge Luis Borges. El creía que le robaban una fortuna si alguien lo despertaba bruscamente. Además, lo desvelaba esta pregunta: «¿Quién serás esta noche en el oscuro/ sueño, del otro lado de su muro?».
Allá, al otro lado del muro de agua y tierra, nadie sabe qué despojos de la realidad cubana llevarán hoy a sus sueños los hombres y mujeres que viven sin libertad. Nadie sabe quiénes querrán ser cuando la noche baje su tramoya de sombras.
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