Laureano Márquez
Tal Cual
Amor tajando a un pueblo
La mirada, en primer lugar, está como perdida en el infinito. No mira al elector, él mira como más allá, ve lo que los demás mortales no alcanzamos a vislumbrar. Quien diseñó la cuña vio en ese rostro espiritual, orientado hacia Ganímedes, una típica mirada de amor. Una mirada que contradice una historia, que parece negar todos los febreros de la vida, los planes Avila, la expulsión entre pitazos de trabajadores petroleros y un puño cerrado que, de manera incesante, la palma de la mano golpea y golpea... ¡Nos golpea!... La música de fondo es de cuña de toallitas húmedas para pompi de bebé. ¿Dónde está el llano y el joropo? ¿Dónde el aroma del ordeño y el cafecito cerrero? Por otro lado, el fondo difuminado e irreconocible nos remite a un mensaje subliminal: Lo que está detrás no importa, borra el pasado, pa’ lante es pa’ llá. Es decir, yo sé que doy la impresión, si se revisa mi vida, de que lo que irradio es estado de arrechera permanente, una peleadera, una buscadera de enemigos, una insultadera constante, una descalificación de todo el que ose parárseme en frente o llevarme la contraria. Pero todo eso, por contradictorio que parezca lo hago por amor. Por amor al Pueblo (con mayúsculas). Pero el Pueblo soy yo, porque sé lo que quiere, porque lo interpreto, porque puedo decirles: “Cállense y déjenme hablar que cuando el líder habla, hasta el llanto de la madre cesa”. No es una idea de pueblo independiente de quien la piensa; es el pueblo ideal; el que oye y asiente disciplinadamente; el que se sabe encarnado por la providencia de un caudillo; el que no necesita más nada, ni división de poderes, ni Estado de Derecho, porque en los labios de su conductor se ha hecho verbo. Es, además, el destinatario del mensaje el pueblo de “mi Venezuela” (subrayado nuestro). Nunca tan bien dicho. Porque un “mi”, lanzado desde las alturas del poder, no es una nota ni la evocación de una pertenencia, sino siempre un adjetivo posesivo. En el texto del mensaje es donde, efectivamente, se encuentra la falla comunicacional de mayor gravedad. Era como el momento, no de la negación, sino de la afirmación de lo negado. Aver: no me vengas con lo de la pintura y la pelota, chico —para decirlo en cubano—, en un momento como este. Es que parece que estuvieses evadiéndote a ti mismo. El “Pueblo” debe estar muy confundido: camisa azul. ¿Quién te lo recomendó? ¿Arias Cárdenas? Un gentío agotando franelas rojas para que ahora vengan a decirle que la vaina es de azul. ¿Azul en vísperas de diciembre? Precisamente en la única época del año en la que hasta Santa Claus, que más imperialista imposible, se viste de rojo. Confuso, muy confuso el mensaje. Qué es eso de que necesito más tiempo. A qué viene esa confesión de parte, ese “la hemos venido poniendo, pero si me dan unos veinte añitos seguro aprendo; quizá la mitad de la población se quedará sin empleo y la inseguridad habrá acabado con el resto, pero anda, préstamelo otra vez que yo no lo vuelvo a romper”. Es que yo “Necesito tu voto, tu voto por amor”. No por mis capacidades, ni por mi talante democrático, tampoco por mi respeto a la ley, sino por amor, como si la elección que se nos viene encima fuese la de Miss Simpatía. “No apeles, caro elector, a la razón, porque no hallarás justificación alguna para seguir conmigo. Yo soy chévere, vale. Es verdad que a veces te lanzo, en un momento de ofuscación, un gancho al hígado, pero aunque no lo creas, todo eso lo hago por amor”. Se entiende ahora por qué alguien, en un secuestro de lucidez, dijo tiempo ha: “Yo destruyo todo lo que amo”. Lo único bueno de este amor es que nunca engaña.
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