Canción de cuna en el Siglo XXI
Fabiola Aponte Silva
http://cofradiamama.wordpr
“Duérmete mi niño que tengo que hacer, lavarte los pañales y sentarme a coser…” Esta canción de cuna protagonizada por una madre cuando aun no existían los pañales desechables, habría que agregarle hoy a ese “tengo que hacer” una cuantas actividades como, ir ala oficina, revisar los correos electrónicos, pagar las cuentas, gerenciar el hogar, quizá seguir algunos estudios profesionales, llevar al bebé a la guardería, administrar las cuentas familiares… Lo cierto es que esta nana se vuelve más compleja, porque el rol de mamá se diversifica en esposa, familia, profesional y alguna que otra responsabilidad de la super mujer de hoy. Quizá el hecho de que aun en este siglo 21 sigamos cantando la misma canción de cuna, genere cierto conflicto, entre la exclusividad de “coser” o de de ser la mujer preparada y profesional de siempre a la que esta sociedad le da un inmenso peso. ¿Es posible reconciliar ambos mundo? Aun con inmensas variaciones y estilos, las mamás de hoy apostamos a que sí, es viable ser una mamá, pero la posible, no la versión de Súper Mamá que nos vende el cine, la televisión y la publicidad. Historias sin escrutinios Susana, exitosa profesional dedicada al negocio de las ventas del sector farmacéutico, dejó su trabajo cuando su bebé ni siquiera llegaba a los 3 meses, ella decidió que su deber en ese momento no podía ser otra que cuidar a su Karen de forma exclusiva. Nadie podía hacer este trabajo mejor que ella misma, por algo había decidido ser mamá y así lo asumía. Su plan consiste en que apenas su hija cumpla un año, comience a buscar trabajo, cuando ya haya encontrado alguien de suma confianza. Mientras tanto Marie, profesional de la medicina, tuvo a su bebé cuando aun estaba cursando la última fase de sus estudios de postgrado, por lo que tuvo que dejar a Daniela al cuidado de una persona de servicio, con apenas 15 días de nacida. Confiesa que llegó a desesperar en las primeras semanas, el encierro la tenía bastante deprimida; su necesidad de trabajar era obvia. Trabajar era algo que había hecho desde que tenía 17 años. Pero mientras cumplía su jornada laboral cumplió cabalmente con su intención de amamantar a Daniela, y el “sacaleches” nunca faltó en su maletín, así como su permiso para ir a su casa a amamantar a su bebé ¿Quién tomó la decisión correcta? La verdad es que ambas hicieron lo mejor que pudieron, y ambas están luchando actualmente por darle ¿la mejor? crianza a sus hijos, seguramente entre dudas, arrepentimientos, miedos...Y destaco y cuestiono eso de “¿la mejor?” porque en la tarea de ser mamá no existen caminos buenos o malos, solo los “posibles”. Fantasear sobre nosotras mismas como madres cuando aun ni siquiera tenemos planes para tener un hijo o nos cuestionamos el simple hecho de tenerlos, es solo un ejercicio de creatividad y buenas intenciones, que nos puede entusiasmar u obsesionar. Pero son es un terreno de ideas. Aterrizarlas en realidades es el reto diario de cualquier mamá: ¿Estaré haciéndolo bien? ¿Debería seguir trabajando? ¿Sino lo amamanto debo sentirme culpable? A veces no hay opción, pero aun cuando las haya, decidir en una inmensa responsabilidad que arrastra una nueva vida, no queda otra, sortear las dudas, enfrentar los miedos y hacer lo posible… Sociedad de hijos únicos Nadie exagera cuando dice que la maternidad es un rol complejo, de hecho ni siquiera se acerca a la realidad esa sentencia teórica cuando se llega a experimentar en carne propia, y esto ni siquiera ocurre cuando tenemos al recién nacido en brazos por primera vez, sino en los próximos meses, cuando la novedad cede el paso a la cotidianidad, el hábito y la inmensa responsabilidad que esa mini persona implica. Pero creo que más allá de la dificultad que genera ese rol por sí mismo, es la carrera que dicta la sociedad a la mujer actual, lo que hace aun más cuesta arriba lidiar con este proceso. No en vano la tendencia es que las mujeres posterguen su decisión de ser madres cuando ya la ovulación es casi un lujo o que luego de mucho análisis, decidan no tener hijos y seguir con la vida loca que mejor les provoque. Por más que me esfuerzo, no logro recordar que durante mis 35 años de vida, los valores que me motivaron a desarrollar (mis maestros del colegio, padres, familiares, y otros círculos de referencia) fueran otros a ser una estudiante excelente, estudiar en la universidad, viajar, aprender otro idioma, conseguir un buen trabajo, hacer un postgrado o cualquier otra actividad extracurricular que diera forma a esa mujer competitiva y exitosa que encajara en un ambiente laboral feroz y luego venciera cualquier obstáculo que se le presentara. A los 17 años me fui a estudiar a otra ciudad distinta a la de mis padres, y desde ese momento comenzó esa formación descrita en la que no faltó ni una de esas barajitas mencionadas. En todo ese proceso pasaron 16 años. Entonces regresé a mi lugar de origen para abandonar mi carrera profesional, iniciar una empresa propia, casarme y tener un bebé. No voy a redundar esta historia para decir que la vida me cambió, porque eso es obvio, para ser exacta debo decir que la vida me revolcó durante los primeros meses de vida de Santiago, cuando sentí que en lo que me esmeré en hacer durante más de 15 años, no me valía de mucho. Allí estaba, con lo que acertadamente tituló mi sicoanalista, una “indigestión sicológica”, confinada a una casa recién estrenada, con un pijama puesta, con la única tarea de atender a un bebé recién nacido y sin tener idea de cómo hacer para no equivocarme ¿Acaso podía utilizar una hoja de Excel para planificar que las comidas coincidieran con las horas en las que estaba despierta? ¿Podría un idioma adicional lograr que entendiera qué quería decir cuando lloraba sin parar? ¿O quizá los apuntes del postgrado en Comunicación Organizacional podía conectarme con esa mujer “echada pa’lante” convertida ahora en un manojo de miedos e incertidumbres? De pronto estaba viviendo en un mundo enteramente emocional para lo que el razonamiento lógico y calculador con el que me había entrenado solo servía para mortificarme, y no me era útil. Necesitaba relajarme, contemplar a mi bebé, cuidarlo sin preguntarme nada más, no era necesario proyectar su futuro ni diseñar estrategias para los distintos escenarios que le tocaría vivir… Era tan simple como dejar que la feminidad fluyera, la capacidad de emocionarse, y sentir, porque “ser mujer”, esta vez, no sería castigado. Lo cierto es que esta sociedad que nos prepara para ser una especie de “hijos únicos” pendientes de manosear su ego diariamente ya sea en forma de éxito profesional, mujer independiente o esbeltas figuras, de un día para otro te lanza a desempeñar un rol de mamá para lo cual necesitas un montón de virtudes por las que nadie apostó y que nadie te dijo que también deberías desarrollar, porque no me vengan con el cuento de que para eso existe el instinto materno, porque no creo que sea tan sencillo como apelar al instinto para ser una buena madre. Ser mamá es un curso de formación no es un switche automático que se activa con la palabra positivo que aparece en el resultado del examen de sangre. ¿Cómo se come la nobleza? “Cuidar un bebé es una tarea noble que la sociedad poco incentiva”, me comentaba una consejera de la iglesia que me regaló varias visitas cuando vivía este conflicto de rol. Es así. El disfrute del hogar, cuidar de otra persona, sacrificar horas de sueño por las necesidad de otro, postergar disfrutes simples como un cine, aprender a cocinar una compota natural, entregarse a la emoción y sacrificar la lógica, contemplar una bendición recién nacida ¿Acaso esto era necesario para graduarse en la universidad?, es más, ¿Acaso había tiempo para pensar en otra cosa que no fuera yo mismo? La maternidad consiste básicamente en “dar” durante 24 horas al día, y desplazar a un segundo plano todo lo que tenga que ver con ese ego que ahora no sirve sino para atormentarnos con ideas de cuándo retomaremos esa vida por tantos años cultivada. La buena noticia es que ese dar, paulatinamente la vamos haciendo tan nuestro, que un día nos sorprendemos asumiéndolo con una paz y disfrute que antes nunca pensábamos que pudiéramos lograr. El aprendizaje que implica ser mamá es intenso, en una evaluación continua, una faena que nunca finaliza, y eso mismo es lo que nos obliga a tomarlo con calma y a disfrutar de esta tarea de la que poco a poco aprendemos más. Ya Santiago tiene 9 meses, y apenas ahora estoy retomando el ritmo parcial de trabajo gracias al apoyo de mi familia que me ayuda a cuidar el bebé. Voy a la oficina medio día (soy afortunada en poder administrar mi tiempo de trabajo), aunque eventualmente las obligaciones me exigen algo más de este tiempo. Siempre reservo los miércoles en la mañana para llevar a Santiago a un taller de estimulación que es una buena excusa para encontrarme con las mismas mamás que conocí cuando aun no lo eran, en el curso prenatal, y drenar un poco con cotidianidades. Me quedo con él cuando está enfermo o cuando siento que me extraña. Hace un par de meses comencé a escribir un blog en el que aun descargo esos rezagos del cambio más importante de vida, se mamá. Por cierto, con esta iniciativa, se comenzó a conjugar mi pasión por escribir con el rol maternal, lo cual fue motivador, al darme cuanta que sí era posible desdoblarse sin perecer en el intento. Cada día que pasa Santiago se hace cada vez más parte de mí, y por ende imposible renunciar a quererlo y a protegerlo. Mi hijo es una lección de humildad que agradezco a la vida. Con él me percaté de que nunca supe lo suficiente acerca de lo que era realmente importante y que tenía que empezar de cero con la maternidad para darme cuenta de ello. Como muchas mujeres de este siglo de promesas, no soy más que una mamá común y corriente tratando de buscar un balance entre esas dos versiones que conviven dentro de la mujer, de esa misma que hoy sigue cantando esa canción de cuna de siglos pasados, sin sentir remordimientos por no saber coser ni mucho menos lavar pañales, pero con toda la intención de aprender si las circunstancias así lo ameritan, y sin que eso vaya en desmedro de su traje de oficina, si decide que aun quiere seguir usándolo, sino, también vale.
2 comentarios:
Que puedo comentar sobre una de las personas mas especiales que he conocido en mi vida!!!!Rafa, es verdad que uno en la vida necesita un poquito de suerte...pero tu te mereces todo el exito y la felicidad del mundo...porque como te la haz ganado amigo querido!!!
gracias carmela por tus palabras!!!
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