viernes, 10 de agosto de 2007

la columna escrita de fito paez


pequeñas barbaridades
Iluminados y eternos
Astor Piazzolla y Antonio Carlos Jobim investigaron la música tradicional y la contemporánea para renovar las formas populares de las cuales fueron hijos dilectos: el tango y la bossa nova. En esa fusión radica la modernidad de su legado
Sábado 11 de agosto de 2007 | Publicado en la Edición impresa

Por Fito Páez
Para LA NACION -- Buenos Aires, 2007

Astor Piazzolla formó parte junto con Antonio Carlos Jobim de una de las más extraordinarias revoluciones producidas en la música americana en el siglo pasado. Eruditos y populares, entreveraron todo con alegría, genio y astucia, pero sobre todo sin miedos. ¿Cuál sería hoy el público de estos artistas? La flamante Edición crítica: Antología , que recoge piezas de Astor Piazzolla, invita a reflexionar, en tiempos de música globalizada, acerca de la paradójica situación a la que se someten estas obras, de una vigencia artística sin parangón en el Cono Sur.

En primer lugar, ambos arrancan de cuajo el concepto de "pureza", término utilizado en infinidad de debates en diferentes ámbitos y de maneras estériles. Piazzolla y Jobim se animan, o la época los anima, a expandir el lenguaje musical más que a condenarlo a vivir en uno u otro barrio.

La academia y la calle

Piazzolla y Jobim nos recuerdan que la academia tiene una dirección exacta en alguna calle de alguna localidad del mundo, y que entonces habrá que dirigirse a ella a fin de aprender algo sobre la expresión musical. No es una tarea sencilla. Además del deseo íntimo de aprender, son propietarios de espíritus incorregibles a la hora de la invención. No hace falta más que recordar la acusación de "americanizar" la música brasilera que lanzó contra Jobim cierto conservadurismo en ocasión de su encuentro con Sinatra; o rememorar el exilio moral al que fue sometido Piazzolla por parte de una pléyade tanguera ávida de falsos purismos. Cabe recordar, además, que el tango también es una música de fusión, así como la bossa nova. Y que dos obras fundamentales y contemporáneas, como Matita Pere y Libertango, son probada muestra de los alcances del genio musical de estos dos compositores.

Ahora bien, la idea o, mejor dicho, el ejercicio de la resistencia se manifiesta en todas las voces protagonistas de este fenómeno. Por un lado, la resistencia de la tradición a que se incorporen nuevas formas para enriquecerla habla de una lucha sobre la cual el tiempo, siempre, termina dando el último veredicto. El tiempo reduce el reclamo a un rezongo de un abuelo gagá ante la impertinencia de su desmesurado nieto que no atiende razones: el sonido del corazón de ese nieto, más la información del pasado, que posee ya sea por ósmosis cultural o estudio, le dan razones vitales para hacer bochinches sin pedir permiso. Y ese es el sonido de la otra resistencia: la juventud impetuosa que avanza pensando que está fundando el mundo, actitud tan de moda en la Argentina de los últimos veinte años.

Bien, no es ese el caso de Piazzolla ni de Jobim. Por el contrario, sus obras fundan una nueva forma de vincularse con la tradición y la modernidad en pleno siglo XX. Entienden que el mundo va muy rápido, que el jazz lo inunda todo y que los compositores franceses (Ravel, Debussy y Satie) expanden la idea de la improvisación; conocen la Europa entera, se meten con la música contemporánea, la estudian, la investigan y finalmente terminan ubicando en el centro de la escena las formas populares de las cuales son hijos directos: el samba y el tango. Jobim, musicalizando a João Guimarães Rosa, acompañado por Vinicius de Moraes y más tarde por su favorito de la próxima generación, el gran Chico Buarque de Hollanda; Astor, musicalizando a Borges, acompañado por Horacio Ferrer y escribiendo inolvidables arreglos de tangos emblemáticos para textos de Homero Manzi, Homero Expósito o Enrique Santos Discépolo, cantados por intérpretes de la talla de Roberto Goyeneche, José Angel Trelles o Héctor de Rosas. Son gestos que hablan a las claras del compromiso que los unía con la historia escrita a través de canciones de sus respectivos lugares de origen.

Ahora bien, la resistencia que ejercen Piazzolla y Jobim contra un mundo que hace fuerza para que las cosas no se muevan es estética, moral y hasta política. Habla de una comprensión total de la experiencia existencial, donde todo puede ser y suceder, siempre y cuando la resultante termine ejerciendo un poder liberador tanto sobre el hecho lúdico de la invención de la obra para el compositor como para el imaginario del posible escucha.

Parecen ideas nuevas. No lo son. La música y las palabras conllevan desde siempre el delirante espíritu humano, más allá de los chauvinismos de turno y de las falsas puestas en escena de la mercadotecnia musical actual, que intenta hacernos creer que las especificidades no existen en favor de una globalización que anestesia, paraliza y les llena los bolsillos a unos pocos. La música y las palabras son herramientas de expresión y liberación de todo lo que maravilla y oprime. Salud, entonces, por la obra de estos chamanes-artistas que alumbran para siempre América y el mundo.

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