jueves, 26 de julio de 2007

vuelve la fiebre amarilla...


¿Cómo hacer que la vida cotidiana adquiera la exageración de una caricatura? El dibujante Matt Groeninig , artífice de los Simpsons, encontró hace un par de décadas la fórmula para que la cotidianidad entrara de lleno en la cultura de las masas.
Por Juan Villoro
Para hablar de los Simpson sería bueno formar parte de un programa de testigos protegidos diseñado por Homero, indiscutible protagonista de la serie. En ese mundo perfecto, el testigo viviría en una casa de seguridad con una inagotable ración de comida chatarra y todos alabarían sus declaraciones. Por desgracia, ese paraíso de la opinión es ya imposible. ¿Hay alguien que pueda hacer una revelación sobre el clan amarillo? El planeta está informadísimo acerca de la perfecta familia disfuncional. Y sin embargo, por increíble que parezca, hubo un periodo de las cavernas en que los Simpson eran seres exóticos con cuatro dedos en cada mano. Recuerdo el primer contacto que tuve con la serie. Estaba en un lugar del Golfo de México que por discreción llamaré Tuxpan, Veracruz, y una joven madre me comentó que le preo-cupaba el futuro de sus hijos: la televisión los había puesto en contacto con caricaturas muy poco edificantes. En ese cuestionable universo, tenía más prestigio ganar en una rifa un programa de blanqueado dental que darle de comer papillas a los ancianos de un asilo. Muchos años después, encontré a mi informante enfundada… ¡en una camiseta de los Simpson! Su conversión había sido lenta pero apasionada. Me explicó que había manejado 2 500 kilómetros para llegar a una tienda de Estados Unidos que ofrece galletas en forma de Bart. El producto se vende para comer ahí, para llevar o para inmortalizar (le inyectan un conservador a prueba de biodegradación). La sociedad que recibió a la familia Simpson con más extrañeza que satisfacción, ahora pide ser adoptada por ella.
Un antecedente fundamental del dibujante Matt Groening, artífice de Los Simpson, es Al Capp (1909-1979), quien durante 43 años dibujó Li’l Abner, para muchos la mejor historieta de todos los tiempos, y descubrió que el cómic depende de invertir las condiciones básicas de la novela. Si Stendhal dijo: “Me limito a involucrar a mis personajes en las consecuencias de su propia estupidez y los doto de inteligencia para que puedan padecerlas”, Capp reformuló la idea de este modo: “Me limito a involucrar a mis personajes en las consecuencias de su propia estupidez y les quito la inteligencia para que no puedan hacer nada al respecto”. Con Al Capp la vida cotidiana entró de lleno en la cultura de masas. El comunicólogo Marshall McLuhan advirtió que una de las mayores contribuciones del historietista fue ocuparse de temas que antes sólo se trataban en los anuncios de los periódicos: el precio de una lavadora y las condiciones para adquirir un automóvil reflejan la cotidianidad tanto como las noticias. Ese antecedente explica la nueva inspiración homérica, que no depende del canto de las musas sino de lo que salga del microondas. Pocas historias han logrado un shock de la identificación tan contundente como Los Simpson. Gracias a ellos sabemos que el inconsciente colectivo es color mostaza e impulsa a abrir cervezas, es decir, que nada es tan estrafalario como la vida común. Un momento: ¿lo “común” no debería ser natural? No en la antropología de 22 minutos que propone cada episodio de la serie. tomado de www.gatopardo.com

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