martes, 1 de junio de 2010

En la galería La Cometa del D.F. mexicano, Leo Matiz y su mirada abstracta...









La obra de este fotógrafo colombiano, amado en México, tiene muchos matices.
Fotografía de Leo Matiz
Foto: Leo Matiz
Esta obra hace parte del libro 'Los hombres del campo', 1997.

En una ecuación improbable, una población pequeña y perdida del Caribe colombiano, a la orilla del río Aracataca, con casas protegidas del sol por plantaciones de banano, le regaló al país dos genios. Aracataca dio a luz a nuestro único Nobel, el que narró Macondo; pero diez años antes, en 1917, había parido en el lomo de un caballo a quien la inmortalizó en fotos: Leonet Matiz.

Ahora, setenta años después de que el fotógrafo del Magdalena hiciera las primeras imágenes que se acercan al abstraccionismo, la galería La Cometa exhibe la muestra ‘Geometría en Colombia, la obra de Leo Matiz’.

Su hija Alejandra, guardiana del legado gráfico y de su memoria, resalta el hecho de que en 1939, en una investigación sobre la zona bananera, Matiz, sin saberlo, estaba haciendo arte geométrico, pues las imágenes de las hojas de plátano y de los racimos bajo su lente se ven de otra manera.

Esto fue poco antes de que se subiera en un carguero rumbo a México, país que le dio la gloria y la cruz. Tras dos años de recorrido, el joven Matiz llegó con sus fotografías como única referencia al D. F., la promesa de América Latina. Al poco tiempo ya estaba recorriendo el país de arriba abajo, y en siete años había entablado amistad con uno de los artistas más influyentes de la época: David Alfaro Siqueiros. Éste le habló de su gran proyecto de kilómetros de murales para rendir homenaje a la revolución Mexicana. Con esto en mente, cuenta su hija Alejandra, Matiz se fue por todo México a hacer fotos, las dejó en poder de Alfaro Siqueiros mientras hacía un trabajo especial para Naciones Unidas.

A su regreso, Matiz se encontró con una muestra de Siqueiros en Bellas Artes que, para su sorpresa, consistía en cuadros inspirados en sus fotos, sin un solo reconocimiento. “Por ingenuo y por joven, mi papá decidió pelear con ese gigante que era Siqueiros. Su denuncia le costó dejar su querido México”. A Matiz lo acusaron de desprestigiar la pintura mexicana financiado por la CIA; tras encontrar su estudio quemado, pidió ayuda al entonces Embajador Jorge Zalamea, quien lo sacó a escondidas.

Pasaron más de 45 años para que el fotógrafo se atreviera a pisar de nuevo suelo mexicano. Acompañado de su hija, con cataratas y un ojo menos (pues lo había perdido en una riña en Bogotá en el año 79) pero “con un ojo divino de reemplazo”, como dice Alejandra, Matiz regresó a trabajar a México. Lo recibió una ciudad que no era la que había dejado, pues su población era cinco veces mayor; sus temores no habían desaparecido con la muerte de Siqueiros, pero su profundo amor por esta tierra quedó plasmado en un libro Los hombres del campo, en el 97.

Matiz no pudo llegar al homenaje que le rendiría Conaculta al año siguiente: murió con el pasaje que le enviaron en una mano y con el pasaporte en otra. Pero además de un archivo de casi un millón de negativos, dejó a su hija Alejandra, la guardiana de su memoria, quien viaja por el mundo difundiendo una obra que todavía tiene mucho por descubrir.

Galería La Cometa. Carrera 10 No. 94A-25
  • Sara Araújo Castro | EL ESPECTADOR




Biografía

La vida excepcional de Leo Matiz empieza en 1917 en Colombia.

Se dedicó a las artes, siendo caricaturista, pintor, editor, actor y fotógrafo.

Durante los años 40 y 50, junto con G. Figueiroa y M. Álvarez Bravo, colaboró en el desarrollo creativo del cine y de la fotografía mexicana.

De su amistad con la pareja Khalo / Rivera, resulta una serie de fotos de Frida, que sigue viajando en varias muestras por el mundo entero.

Reportero especial para las revistas las más famosas - Life, Harper's, Reader's digest - ganó el premio de la prensa mexicana.

Hoy en día, es conocido como una leyenda de la fotografia del siglo XX.

También, por su épica vida, puesto que se casó 14 veces.
Huyó de México, después de un violento encuentro con el muralista David Alfaro Siqueiros.
Perdió su ojo izquierdo, algo con lo que había soñado ya 50 años antes.

Muere en Bogotá, en 1998, de una cirrosis hepática.


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